lunes, 15 de agosto de 2011

Aquellos maravillosos veranos


Quizá sea cosa de la edad. Quizá de compartir vacaciones con la familia (ese conglomerado de especímenes extraños que actúan de manera caótica cuando se relacionan); el caso es que estas vacaciones me ha dado por anhelar otras que ya pasaron: las de las costras en las rodillas tirantes al pedalear, la de las meriendas en la chopera, las de los primeros besos en lo oscuro, las del calimotxo y la charanga, las de las excursiones al pantano y otras tantas que no recuerdo pero que si que añoro sin saber cómo.
Veo a los niños correr por la plaza, bañarse en la ría, caminar por inercia a eso de la 1 de la noche y me dan envidia y, al mismo tiempo, no quisiera volver a aquello porque mientras les observo, sintiéndome como si tuviera 100 años, me reconforta este abrigo de madurez que me he dejado caer por los hombros. Les miro esbozando una sonrisa y cierro los ojos para que los recuerdos no se me vayan y es entonces cuando mi imagen corriendo por las cuestas, con la frente sudada, se me asemeja cercana; cercana y afianzada.
Me reconforta saber que viviré de nuevo la infancia a través de los ojos de Julen y que él, sin saberlo, me trae el pasado bueno. El de los bocadillos de membrillo ( ya ves tú qué invento), el de la candidez , el de los sueños tranquilos y el del futuro lejano.

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